DESCUBRIMIENTO REAL
Estoy en el último asiento del
bus, mi pupitre es el del fondo, mi vida real no es de las que se ve. Mi soledad
alcanza cotas máximas a los veinte. Soy el conejillo de indias del Doctor
Licantro, gilipollas y psiquiatra. Sus palabras de paja, sus trajes a medida,
su corbata larga, para atarle el cuello, como la muralla china. Escribo mientras
muero. Y este poema que dura años pueden ser cuatro líneas. La felicidad se
mide en miligramos. Por las noches salgo a pintar paredes, de día voy a verlas.
Son gratis, las puede leer cualquiera. Esa es mi terapia. Escribo mientras
resucito. Siempre voy a hacerlo.
Estoy nervioso, hay alguien que
sólo llora solo en mi cabeza porque no cabe afuera, aunque las afueras siempre
se han portado bien con mis nervios. Mis nervios son parecidos al granizo. Son fríos
y también se golpean contra lo que venga hasta que se rompen sin dejar cáscara.
Mi adolescencia es la del fondo,
la de un bonito loco yendo a más, rompiendo el fondo para ver que todo era un
decorado. Mi pupitre de cartón y todas las vidas de trapo. Lo que pasa con la
paranoia, que se confirma y deja de serlo. Cuando desaparece y pasa a ser real.
Yo me fui cuarenta meses a desmorir al desierto del extrarradio. Allí conocí la
pesadilla pura y también el éxtasis. Estoy subido en el último árbol del fondo
del bosque, no se puede estar más arriba, no se puede desarrollar un vértigo más
elocuente, hasta que caes y, a medio camino entre tú y la muerte, descubres que
has aprendido a volar. Y por primera vez en tu vida, vuelas. Vuelas y no se lo
vas a contar al psiquiatra para que el cazador no te corte las alas. Te comes tu
psicosis con patatas, sus mentiras las mezclas con alcohol, en la primera línea
del bar, como los valientes. Sólo te caes mil y una veces. Lo importante es
repetirse.
Escribo en las mesas, siempre lo
he hecho. Son gratis, las puede leer cualquiera. Hay formas de felicidad que
sólo la infelicidad conoce. Atreverse a romperse, romperse para ver de qué
estás compuesto. Yo y el miedo hemos recorrido todas las cloacas de este
imperio. Hemos avanzado hasta llegar aquí donde no hay nadie, ni ratas.
Presentimientos.
Nadie arrojado al infierno. El
infierno es un hueco. No hay nada. No hay nadie. Sólo uno. Para siempre. Tiene
la boca amarga y seca la lengua. El silencio. Lo malo de haber sido, lo bueno
de no haber querido, lo incauto. Los locos no jugamos al póquer. No es un
farol. Si alguna vez vuelves, acuérdate del chaval del pupitre del fondo,
porque también existe.
Así vas yendo de aquí para allá,
nunca en la tierra, siempre en el infierno o en el séptimo paraíso, volando,
nunca recordando haber estado en el otro opuesto. El cielo también quema, el psiquiatra del
cielo se llama Jordi y te receta Depakine. Casi le suicidas por intentar
suicidarte él a ti, diente por diente.
Después los años van deprisa, se
alejan, te alejan, y esto debe de ser el purgatorio, pero no lo parece. Tal vez
no exista y sea otro decorado. Comes, no duermes, fumas, a veces follas y casi
siempre no. Al vecino del segundo tercera le cortan una pierna. Lo más probable
es que no tenga sal y no se la pides.
griFOLL
maig del 15
casserrespoblepoema
2 comentarios:
¿sabes? "las vidas son los rios que van a dar a la mar, que es el morir", lo dijo -es archisabido- Manrique. Y ahora, después de tu texto, será la vida marchando en un bus, en las cataratas del extraradio (ay, esos mares del sur de Vazquez Montalbán, Carvallo mediante). Tu te me pones estupendo y melancólico y me descompones los átonmos con el bisturí de tu prosa verso infinitamente condenada al ocaso, triste, melancólico ¡pero gozoso en la palabra! Un abrazo, josep turu.
Abrazo gigante, josep!!!!!!!
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